Pukkas sale lentamente de la sorpresa y empieza a disfrutar del lugar que Tío Marce le da en la historia. La dulce tía Nomi debe intervenir para que la ansiedad de Pukkas no desborde.
―¡Vamos, Pukkitas ―dijo Tío Marce, ya en los postres―, basta de darte manija!
Hundió de punta la cuchara en el flan casero de Mosalino, y dejó que se le deslizara en la
lengua ese manjar bañado de un caramelo tan reluciente como el aceite de oliva con que Nomi
había aliñado su ensalada de tomate, cebolla y lechuga. Un verdadero deleite.
Pero lo que más lo deleitaba era comprobar que Pukkas iba despegando, prácticamente
olvidado del tremendo bajón. Hablaba mucho más suelto, alababa las virtudes de la cocina,
comentaba los últimos cuentos y poemas que había leído. Incluso había rebañado su plato hasta
la última gota de salsa y todo, sin perdonar ni la más mínima partícula de la milanesa a la
napolitana.
Y lo más significativo: a Pukkas se le había aplacado aquella mirada de resentimiento de
momentos antes, y ya no parecía tenerle la misma bronca de cuando él le había disparado a
quemarropa la Gran Revelación de que era un invento, un personaje nacido de su imaginación.
Y, pensándolo bien, mucho más significativo era que tal cambio no se debía a su capricho de
novelista, que podía ―y puede― hacer con Pukkas y con cualquiera de los personajes de esta
metanovela lo que verosímilmente se le antoje, sólo regido y limitado por la coherencia y la
continuidad argumental. No, ese cambio maravilloso se debía a lo que entre Nomi y él le hacían
comprender mientras almorzaban: Francisco Javier Pukkas estaba vivo en la realidad de esta
ficción, y su participación en ella mejoraba la escritura ―la vida, incluso― de quienes
aprovechaban las enseñanzas que él venía asimilando desde su primer encuentro con el máster.
―Vaya a saber cuántos lectores se quedan con las ganas de mandarles opiniones o
comentarios a los autores ―dijo Nomi, y levantó la mano para pedir la cuenta―. Y sobre todo
cuando esos mensajes son laudatorios. Pero para muestra basta un botón, querido Francisco, y
gracias a él tenemos certeza de que les estás sirviendo de inspiración a muchos.
―Exactamente ―intervino Tío Marce―. Por cada seguidor que interactúa en público con
uno hay un porcentaje muchísimo mayor de lectores que prefieren el silencio, acaso por el
prurito de no querer pasar por chupamedias. A veces uno pierde la proyección de su trabajo,
hasta que se cruza con Luis Moretti, Damián Katz, Lucas Verni o Franco Dall’Oste, para hablar
sólo de algunos escritores de Mar del Plata, quienes no tienen ningún empacho en reconocer
todo lo que intervino en su formación un libro como Taller de corte y corrección. El ser
agradecido es síntoma de madurez.
―Por qué me cuentan todo esto, tíos.
―Por lo del botón de muestra. ―Nomi sacó su celular, y buscó en la pantalla―. Hace muy
poco, justo el día en que Marcelo cumplió sesenta y siete años, el narrador rosarino Pablo
Vigliano subió en Facebook un saludo… Acá está. Un saludo de cumple en el que, entre otras
cosas, le dice al máster lo siguiente: “Estoy esperando una novela existencial tuya sobre un
escritor novel que se recluta con otro aclamado, un Maestro. Y que no falte lo sobrenatural, por
supuesto”.
Pukkas abrió los ojos más de la cuenta. Dijo:
―¿Pero Vigliano sabía qué andaba escribiendo Tío Marce?
―Para nada, Pukkitas. Fue una coincidencia absoluta. Cualquiera puede ir al Facebook de
Vigliano y verificarlo. Yo no lo podía creer, pero es la verdad. Tremenda serendipia.
―Así fue que Pablo se enteró de que esa obra que él inventaba estaba realmente en proceso.
―Nomi despejó migas de la mesa, y ahí le dejó a mano el celular a Pukkas―. Y entonces voló
a la web de LA CAPITAL.
―Y mirá lo que posteó después en su muro.
―Qué impresionante ―dijo Pukkas, con los ojos en la pantalla―: “Muy inspirador lo tuyo.
Voy leyendo cuatro o cinco columnas o capítulos. Excelentes. El libro podría ser así, tal cual, o
podría llevarnos a la casa de Pukkas, donde hay luces que se encienden solas por las noches,
crujen los muebles. Ser la cámara que nos lleve por una noche de descontrol con algunos de sus
amigos extremos… Un crimen… O una señorita que le habla en la parada de colectivos solitaria
en una noche de niebla a la salida del Taller por circunstancias excepcionales… Se puede sumar
a Pukkas un sacerdote tallerista, un dogmático… El Tío Marce de la novela puede hospedar en
su casa a un astrólogo, un místico, un ufólogo. Yo ya no sé si serían todos cuentos o posible
novela. Para variar, ¿van con Pukkas de clases a la playa donde el viento dibuja con las nubes?
Me dieron ganas de saborear más Mardel, como en Victoria entre las sombras. ¿Van al Puerto,
hay algún excomandante del Círculo de Oficiales que relate alguna historia de monstruos? De
pronto a mí me gusta, me interesa, me quedo leyendo todo lo sobrenatural declarado, nada de
escondido en una supremacía de realismo.
»Qué te parece, Tío Marce. Ya me dieron ganas de empezar a escribir todo eso a mí y todo.
No podés no haberlo pensado, Maestro, habrás tenido todas esas ideas”.
―Fijate más adelante, Francisco. ―Nomi agarró el celu y leyó―: “Por supuesto que habrá
ovnis, fenómeno paranormal, personajes dogmáticos, místicos. Pero bueno, algunas cosas te
saldrían mejor a vos, Tío Marce, y a mí me daría gusto leerlas. Vi un programa de YouTube, de
cine, donde hablabas de El exorcista y el padre Karras. Qué tal si un Karras llegara a tu taller…”.
En este punto, Tío Marce le echó un vistazo a su querida creación: volvían a brillarle los ojos
como el primer día, treinta y tres capítulos atrás.
―Qué recopado esto de servirle de inspiración a alguien, máster. Qué manera de despertarle
la imaginación a Vigliano. Ahora entiendo mejor mi verdadero papel en esta historia.
―Y eso que te mostramos sólo una parte, Pukkas. En el medio hay un feliz delirio narrativo
que habla de la fertilidad de este autor. Leelo completo antes de irnos, querés.
Y, a medida que Francisco Javier Pukkas iba leyendo todo lo que le había despertado a Pablo
Vigliano la lectura de los primeros capítulos, los ojos le brillaban cada vez más. Sí, era evidente
que ya estaba bastante convencido de su valía. Muy convencido. Y Tío Marce dijo:
―Todo este cruce entre ficción y realidad que constituye Con tener talento no te alcanza
merece ser desarrollado en algún otro capítulo, Pukkas, en el que podremos explayarnos sobre la
metaficción, la autoficción y la puesta en abismo. Incluso puedo traerlo a mi genial amigazo
José Bonetti, un experto en historia y filosofía que también colabora con La Capital, para que
nos ilustre sobre la Teoría del Tercer Mundo de Karl Popper. Bonetti afirma que vos vendrías a
ser un metaobjeto del Mundo Tres.
―Encantado ―dijo Pukkas alzándose de hombros, y Nomi sonrió ante ese candor, esa
humildad del espíritu sin la que nada puede aprenderse.
―Pero, antes de todo eso ―siguió diciendo Tío Marce―, voy a hacer con vos algo que te
merecés desde hace rato.
Tanto Pukkas como Nomi lo miraron curiosos.
―Y qué es lo que estoy mereciendo desde hace rato, máster.
―Que te dote de vida, Pukkitas. ¿Leíste Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi? Gran
metáfora contiene, y creo como que hay Dios que a vos se te aplica de la cabeza a los pies: por
haber superado las adversidades, lo que fue una simple marioneta, un chico de madera, termina
convirtiéndose en un chico de verdad. Sos muy importante, Pukkitas. Valés mucho, vos.
¿Querés seguir ayudándome, ahora en una faz mucho más técnica de nuestra metanovela? Y
desde un lugar más… personal, digamos.
Pukkas asintió, convencido. Y Nomi se largó a aplaudir, y un par de comensales cercanos se
dieron vuelta para mirarlos. Y él estaba tan sorprendido y entusiasmado al mismo tiempo que no
podía pronunciar ni una sola sílaba.
Pronto se encontraban los tres en la escollera, de cara al mar. No había muchos paseantes ni
pescadores, y tampoco andaban por la orilla aquellas chicas tan cautivadoras. Pukkas pensó en
todo lo que se ocultaba bajo la profundidad del océano: ese mundo inconsciente, tentacular,
escamoso.
Y entonces intuyó… Intuyó que aquellas imágenes…
¿Podían ser propias?
¿Esos habían sido pensamientos suyos, independientes, no generados por su creador?
Tal vez sí. Lo comprendía porque experimentaba, sin saberlo del todo, una sensación que
mucho tenía que ver con eso que la gente de carne y hueso percibe como libertad. Imaginó que
los feroces tritones de aquella primera columna de Con tener talento no te alcanza lo estaban
acechando en las honduras abisales: ¡sí, debía escribir o morir!
―¿Y cómo piensa hacer, máster, para dotarme de vida? ―dijo, no sin temor.
―Yo me las arreglo, Pukkitas. Confiá.
―Confiá ―reafirmó Nomi.
Y cuando la mujer del máster terminó de decir eso, la conmoción que le sobrevino a Pukkas
lo hizo ponerse de rodillas sobre la roca que pisaba. Era toda una reverencia dirigida al océano,
a la vida que estaba por emprender como un auténtico ser humano.
―Lo recuerdo perfectamente, tíos ―dijo en un susurro y con la frente rozando la roca.
―¿Qué cosa recordás perfectamente, Pukkitas?
Y Francisco Javier Pukkas dijo, levantándose y sin poder contener las lágrimas que le
entrecerraban los ojos:
―El nombre de ella, máster. El nombre de mi novia.
FIN DE LA PRIMERA PARTE